Narrativa
Daniel Adrián Leone
Ser.
![]() |
Imagen de Axonite-Pixabay |
El recuerdo que me nubla no es éste cigarrillo ni la densa espiral de
humo apalabrado que escala peldaño a peldaño, el aire y mis ansias. Al menos,
no debería serlo.
En mis ojos caben demasiadas cosas: cientos de universos pequeñitos y
algunos versos extrábicos que como gotas amenazan con abrirse paso...
Debe tratarse de otra cosa.
Tal vez sea un fragmento de historia de alguno de esos "yoes"
que ya he vivido lo suficiente como para reconocerlos pasado pero no lo
suficiente como para entregarlos a la burocracia de mis relatos o dejarlos caer
en una pila informe de ropa vieja.
El cigarrillo se extingue lento, acortando el camino entre su fuego y
mis dedos pero, sobre todo, negándose a darme una pista válida o alguna escusa
útil.
A pesar de la distancia -y de lo
insalvable de la distancia- los autos recorren la calle afectando la misma
indiferencia y cayendo en unos baches equidistantes y equiparables a mis
pensamientos.
Me miraría en el espejo -a pesar de
lo perfectamente incapaz que se revelan los espejos en éstas situaciones- de
tener alguno y en particular, si tuviera, al menos, alguna intuición sobre a
qué espejo acudir.
De chico me gustaba ir a dar caza a
todo espejo salvaje... sin perder tiempo me lanzaba de cabeza, como un reflejo
más, de una mirada a otra, de una esquina a unas sombras, desde las sombras al
relieve de alguna figura a medio parir (descartando con todo respeto a los
figurones circunspectos y sus barbillas cuadradas) para dar caza sí, y también
casa, hogar, pues, siempre he preferido darles hospedaje a mantenerlos en
cautiverio.
El recuerdo que me nubla se disipa
unos instantes y luego acomete condensándose tan caprichosamente como las letras
ensalivadas de los sueños.
Por momentos, cobra un relieve reconocible
tal como si quisiera figurarse y encarnar pero algo lo privara aún de textura,
de contexto.
Me levanto y paro el oído y el ojo
mientras las pestañas se erizan risueñas...
Protesto airado.
Y se ríen, todos ellos y mis venas, mis otros recuerdos y las bocinas de los
autos y las ventanas y acaso también mis yoes herrumbrados conspirando junto a mis yoes
a medio decir y mis yoes inconfesables.
Vuelvo a protestar pero ésta vez no
hay un solo sonido, como si no hubiera autos en la calle, ni bocinas en los
autos, ni palabras en mi boca, ni risas en mis yoes, ni yoes en mí mismo...
Hasta que al fin, lo comprendo.
No es un recuerdo esa huella
abriéndose paso entre el humo y mis desvaríos.
Es tan solo una lágrima, solidaria y
obstinada, que insiste en ser el último bastión de una despedida, resistiéndose
a entregar el mando
desde lo que fui
hasta lo que he de ser.