Un Negro en el Cielorraso.
(En homenaje al "Negro" Raúl Gómez, Artista Plástico de Rosario)
I
Cuando quise acordar estaba en Urquiza y Ovidio Lagos. No
recuerdo de dónde venía o hacia donde voy. Eso no es algo singular, me gusta
salir a caminar sin destino fijo.
Es probable que esté borracho porque he dicho esto último en
voz alta. Pero no lo sé. También acostumbro a hablar en voz alta sobre todo
frente a las calles vacías que apenas se repliegan en juego de luces y sombras
como caprichosas sábanas para una ciudad sonámbula.
Es martes, de eso sí estoy seguro. Ni idea por qué pero me
invade una certeza casi religiosa respecto de semejante tontería. Me suele
suceder. Nada raro.
–Si vos lo decís…
No fueron las bocinas.
Alguna persiana indiscreta o paranoica torció las cejas unos
segundos, es verdad, pero es muy poco probable que las persianas, aún las más
paranoicas, puedan hablar. Y las bocinas… te pegan un grito, pero sin demasiado
contenido, casi como si no pensaran lo que dicen. Pueden ser violentas,
arrebatadas pero ¿irónicas? Mmmm, no. No lo creo.
–Y todo depende de lo que crees, ¿eh?
Ahora lo escuché mucho más claro y para mi asombro, no hay
una sola persiana, ni bocina, ni siquiera una de esas sombras estiradas que
suelen desflecarse de la noche para inmiscuirse en la vida de los demás.
En frente de mí tan solo hay una lata y un perro.
Los miro a ambos con la pierna dispuesta a dar una patada al
primero que se mueva. Pero los dos yacen quietecitos y yo con la pata en el
aire.
El perro me lanza una mirada de desprecio y se va, culo en
alto, como si no representara amenaza alguna. La lata en cambio, apenas si da
un medio giro sobre su eje. No es de extrañar supongo, después de todo ¿de qué
otra manera podría encogerse de hombros una lata?
-Pensás demasiado pibe.
Y le di una patada nomás.
La voz sin dudas salía de la lata pues no solo tenía la boca
abierta sino que lanzó un “ayyyyyyyy hijueeee puuuuuutaaaaaa” muy sospechoso.
II
El gato salió de la lata forzando la física de la habilidad
gatuna de manera verdaderamente sorprendente. Pero, estoy en Rosario, un martes,
tal vez a las 4:30 de la mañana y muy probablemente borracho. Cualquiera de
todos esos argumentos bastaría para que incluso lo sorprendente forme parte del
escenario cotidiano.
– ¡Eyyyy! ¿A dónde vas?
Sigo caminando.
Todo bien, pero no me voy a poner a hablar con un gato a
éstas horas, en éste lugar, hoy. Aunque debería hacerlo. Por fin, mi suegra
tendría razón “éste sale a dar vueltas para pegar algún gato
¡y-no-de-cuatro-patas!” Podría filmar todo y decirle “mire, al final ni cuando
tiene razón la tiene, acá estoy, hablando con un gato “de-cuatro-patas”
–Ahhhhh pero sos un boludo importante… me hiciste salir de la
lata y ni siquiera después de mi magistral entrada me vas a preguntar…
– Bahhhh sos bastante pretencioso che. Además ¿qué podría
preguntarle a un gato común y corriente?
– Bueh, soy un gato es verdad, pero también soy un genio.
III
El gato enlatado debe haberme visto como presa fácil pues más
allá de mis burlas jugó la carta de “genio” y me contó largo y tendido como
aburrido de los protocolos salomónicos había decidido hace quien sabe cuántos
siglos atrás hacer su “entrada en escena” saliendo de cualquier elemento
cotidiano y forzar su aparición induciendo de alguna manera al beneficiado
eventual.
– ¿O sea que no siempre fuiste un gato? – le dije al fin.
–Nop. Ni gato ni lugareño. El tema es que cuando Salomón se
enteró de mi heterodoxia me dejó atrapado como castigo en el último disfraz.
Así pues, acá me ves, todo un genio atrapado en éste cuerpo atrapado a su vez
en la mezquindad de un latón mediocre, usado, que muchos ni siquiera se dignan
a darle una buena patada, generosa, abierta, empática. No te puedo explicar las
veces que he terminado en un tacho de basura o peor, reciclado en medio de una
repisa llena de chucherías infamantes.
–Ja, yo no soy gato, ni genio y sin embargo, conozco muy bien
esa situación.
IV
Esta vez hablo bajito, bien para mis adentros. El gato
comienza a caerme simpático pero si me escucha admitirlo…
–Lo mismo digo. Estamos a pasitos de Pichincha, ¿vamos por
unos vinos y unos tangos?
–Son las cuatro, ¿o las cinco? Pero bueh, es martes. No hay
nada abierto…
– ¡Bah! ¿No te dije que soy un genio?
– Ajá… eso todavía está por verse. Por ahora sos un gato
agrandado y… ¿me vas a decir que vas a hacer que abra un bar a ésta hora y solo
para nosotros?
–Nahhhh ¿qué sentido tendría que haga eso pibe? No es una
cita.
– ¿Entonces?
– Voy a hacer que todo
Pichincha despierte para nosotros.
V
Lo sigo pero no estoy convencido ni ahí.
Es verdad que el cielo, el rostro aburrido de las casas, los
“edificios bien” de esos que toman a la noche como los pliegues de su falda y
en general, todo a nuestro paso comienza a difuminarse a la luz repentina de
unos faroles no menos repentinos y es verdad que hasta me parece escuchar a lo
lejos un griterío apagado y detrás una milonga pero…
–Llegamos.
De repente, frente a nosotros, hay un bodegón prototípico, de
esos de paredes altas y ventanas pesadas, esquinado como esperando a una mina
con las puertas abiertas de par en par y unas mesas redondas con sus sillas thonet.
Ja, o estoy loco, o acabo de ver todo un “mosaico” impecable,
hasta con su trapo colgando del brazo.
El cartel dice “El viejo almacén”.
VI
– ¿Y bien? ¿Qué querés tomar?
–Ja… no sé. Creo que todavía estoy durmiendo. Esto no puede
ser real. Mirá los colores y las formas de las cosas y de las personas, no solo
todo apareció de repente sino que parece todo un decorado…
¡Mierda!
–Jajajaja, ¿qué te pasó ahora?
– ¿Acaso no lo ves…? Esa mujer parece pintada…
– Bahhhh, te habrá parecido.
– ¡Qué parecido ni parecido! ¡Si hasta se nota el trazo del
pincel! ¡Y mirá allá! ¡Eseeeee tipoooo! ¿Me vas a decir que no parece estar
hecho de tinta chinaaa?
VIII
–Ya te lo dije. Soy un genio. No debería extrañarte nada. O
mejor, deberías aprender a disfrutar de todo esto que te extraña. No mucha
gente puede llegar hasta acá, algunos lo sueñan, otros, al pasar por acá
cerquita, fantasean o intuyen que hay algo más de lo que ven peeeerooo solo
unos pocos pueden venir, ya no digamos “frecuentar” mi versión de Pichincha.
– ¿Tu versión? ¿La hiciste vos?
–Nuuuuu. Es mía porque pagué por ella. Pero yo no fui quien
la hizo. Se la encargué a un negro que conocí una noche como ésta.
– ¿Y él hizo éste bar?
–El bar, las calles, aquellas mujeres, la botella que tenés
en la mano… la música no, pero todo lo demás.
–Ja, sos un genio bastante berreta.
– ¡Ehhhhh! ¿y por qué el bardeo repentino?
–Todavía no me has concedido un solo deseo… y si sos un
genio, aunque seas un genio gatuno o un gato genial, tendrías que concederme
tres deseos.
–Bahhhh, ¡protocolos salomónicos!
– O sea que vos no podés conceder deseos… o te rebelaste
contra eso porque no te gusta conceder deseos… me rectifico, no solo sos
bastante berreta sino que muy amarrete o poco ducho.
– Ni una cosa ni la otra. Me encanta conceder deseos y soy un
capo concediendo deseos.
– ¿Entonces? ¿Dónde están mis deseos? Porque te digo, estoy
pasando una buena noche. Es verdad… y éste lugar es atrapante, perooo…
–Ya te dije que soy un genio heterodoxo. No concedo deseos a
otros, uso a los otros para concederme deseos a mí mismo. ¡Y me encanta
hacerlo!
–¡Ahhh pero sos flor de turrrrrooo!
–Jjajaja, sip. Y eso también me encanta.
IX
– O sea que no me vas a conceder ni un solo deseo…
–mmm no sé. La noche es larga, tal vez, dentro de un rato
desee concederte algún deseo.
X
–Dale, no seas turro y tacaño. Me gustaría tener guita, suerte… no te digo mucho, no soy ambicioso, pero, algo… aunque sea un par de millones, un deportivo…
–A ver, che. Vamos por partes. No soy ese tipo de genios.
–Seeeee, ya me dijiste que solo te concedés deseo a vos
mismo.
–Bueh, eso, sí. Pero, si se me ocurriera concederte un deseo
no es así como funciona. Yo no perdería jamás el tiempo satisfaciendo caprichos
humanos. Es una pérdida de tiempo. Primero, nunca saben realmente qué quieren,
segundo y en consecuencia, siempre piden las mismas pelotudeces y por lo mismo,
siempre les sale mal. Soy bastante turro es verdad y me encanta, pero, no soy
de piedra. Me amarga ver cómo ustedes se arruinan frente a la posibilidad de
pedir que se le cumpla un deseo o tres o mil. Una vez le ofrecí mil deseos a un
tipo. ¡Ni uno acertó! ¿Te das una idea
lo frustrante que es para uno que es un genio ver que ni la más increíble
genialidad sirva para algo?
–Bueno, pero fuiste vos quien habló de conceder deseos.
–Sí. Y eso es lo que hago. Te concedo deseo, hago que el
deseo brote y se apodere de vos…
–Fooooo… pero eso puede ser toooodaaaa una condena…
–Y sí… la vida suele serlo, aunque nunca tanto como vivir sin
deseo o peor ansiando imbecilidades que ni siquiera te resultan interesante de
verdad, como un par de millones…
XI
–Te quedaste pensativo ¿eh?
–Sí… la verdad no estoy tan seguro de querer que me concedas
un deseo peeeroo, muero de ganas de que me cuentes cómo funciona la cosa.
–Ja, está bien. La curiosidad siempre es buen síntoma. Mirá.
¿Ves ese lugar de allá? Se llama “La Fonda del Gordo Alejandro”. Es de un tipo,
muy muy personaje y que cuando nos cruzamos me pidió fortuna y demás y la
posta, es que lo único que quería era un lugar para estar eternamente con sus
amigos, hacerles de comer, chupar unos vinos y cagarse de risa. Y sin embargo
cuando nos cruzamos me pidió la misma tontería que todos. Aunque era un tipo de
excepción, cuando me vio reflejado en el reflejo de sus ojos, se
arrepintió y cambió su deseo. Y me conmovió tanto que se lo terminé cumpliendo.
–Al final, sos un turro bastante rebuscado pero buena gente.
–Jajajaj ¿y quién te dijo que no se puede ser un poco jodido
y buena gente?
Mirá el diario que está sobre la mesa de al lado, ¿no te
parece raro?
–Mmmm… parece un diario común y corriente. A ver… dame un
segundo que voy a buscarlo… se llama “Cachilo”.
–Sí. Pero eso no es todo. Abrilo y luego mirá la pared.
–Noooo. Jajaja ¿qué es estoooo? ¿Cómo pasó lo que estaba
escrito a la pared?
X
Cada vez que el gato genio me cuenta sobre alguna historia,
como si alguien cambiara subrepticiamente de escenario aparecen y se
metamorfosean, cosas, casas, lugares, personas… desde la librería en la esquina
de Prostitución y Rufianismo al niño eterno que reparte leche por la tarde, es
equilibrista por las mañanas y dueño de la Boite Piluso durante las noches…
– ¿Otra vez te quedaste pensativo?
– Es que ahora no puedo dejar de pensar en el tipo que creó
todo esto para vos…
–Uhhh, el Negro… ja, te va a encantar conocerlo.
–Me imagino. Éste lugar tan pronto onírico como cotidiano
tiene una magia de entrecasa que es fascinante y tranquilizadora… podría
perderme tranquilamente en esas escenas que cuelgan de las ventanas de aquellas
casas, enredándome yo mismo como trazo de pincel en esa mujer desnuda… ¿cómo le
pagaste por todo esto? Mejor dicho, ¿con qué?
– Como a todos… concediéndole un deseo… jajaja o varios.
Un día estábamos acá, sentados como estamos con vos, aunque este lugar no era lo que es ahora sino apenas una ilusión de esas de las que nos servimos los genios para nuestros menesteres y el tipo me miraba con cierto recelo, no por desconfiado sino por curioso. No llegaba a figurarse en qué consistía mi magia… tal vez por estar demasiado acostumbrado a la suya.
Entonces le hice aparecer una bella
mujer, muy sensual y predispuesta con la intención de empujarlo a desear saber
más de ella pero como antes de que pudiera inducirle el deseo ya le ardían los
ojitos, de puro turro nomás, le hice aparecer un sobretodo en el brazo y lo
induje a querer saber todo sobre “ellos”.
– ¿Ellos?
–Sí, jajaja, la mujer y el sobretodo.
–Ahhhh pero sos más turro de lo que pensaba…
–Nuuu, che, fue una prueba. Es verdad, me divertí un poquito
a costillas de su desesperación por dar con la historia de ellos pero al poco
tiempo me apareció con un cuadro relatándome la historia.
–Fahhhh ¿y entonces?
–Bueh, luego subí la apuesta.
–Uyyyy pero qué jodido que sos. ¡Pobre tipo! ¿Qué deseo le
diste?
–Te digo, fue bastante rebuscadito y en toda mi existencia no
lo había hecho nunca…
– ¿Qué lo hiciste desear?
– Lo hice desear verse a sí-mismo a través de los ojos de
todas y cada una de las ellas reales e imaginarias.
XI
– Y con esos “deseos” le fuiste “pagando” todo esto…
–Sí… aunque mucho de lo que existe en éste lugar me lo hizo
gratis, al cabo de un tiempo, salía a dar vueltas solo para ver si me
encontraba y pasaba las horas yirando de aquí para allá, hablando con buzones,
doblando esquinas en las calles más rectas, disfrazándose de parquímetro,
rebotando como reflejo ansioso, de una silueta a otra, zurciéndole las enaguas
a la noche o bien levantándoselas, según exigiera el respeto a las buenas
costumbres.
Y cada vez que me encontraba y no a un burdo sustituto o a
algún otro genio retobado de ingenio dudoso, me hablaba “del proyecto” y de los
amigos que quería incluir en el proyecto y de la gente que no conocía pero que
se merecía entrar en el proyecto…
–Es una pena que no lo haya conocido.
–No lo creo.
– ¿Ehhh? ¿Por qué no creés que sea una pena que…?
–Nop. No creo que no lo hayas conocido.
–Si lo hubiera conocido, creeme, que lo recordaría.
–mmmm no estoy seguro. Es un tipo muy afable pero también muy
escurridizo, le gusta mucho más mostrarle a los demás lo que son y pueden ser
que mostrarse a sí-mismo siendo. Así que es probable que sí lo hayas conocido y
lo hayas visto y que no lo recuerdes realmente.
–Te juro que aun así lo recordaría.
–De tanto construir éste lugar para mí en parte y en parte por su propia naturaleza curiosa, el tipo fue adquiriendo una capacidad de mímesis que –si no fuera por haber nacido mortal y porque Salomón ya es un viejo carcamán– bien podría ser instructor en el arte de brillar por ausencia y estar presente ahí donde nadie lo ve. No es un arte fácil de aprender.
Al principio se contentaba al estar en cientos de lugares al
mismo tiempo y adoptar barbas, frentes anchas, voces de todo tipo de color y
tono, y aparecer como portero o albañil o comprador compulsivo o corredor de
carreras, pero luego se transformó en huellas de huellas y bien podía ser el
mapa del tesoro que se dibuja tras apoyar un pie en el barro o el jeroglífico
fugaz, como unos ojos perrunos compasivos, que crees intuir por un instante al
ver una mancha en una pared o en el techo.
XII
No quiero abrir los ojos. Sé que ahora estoy despierto, en mi
cama, en mi casa y no quiero abrir los ojos y dejar que el sueño desaparezca
por completo, quisiera conservar siquiera algo de esa magia de entrecasa.
Pero vuelve a sonar el despertador y los abro.