domingo, 19 de marzo de 2023

Relato: Un Negro en el Cielo Raso (En Memoria del "Negro" Raúl Gómez)

 Un Negro en el Cielorraso.

 (En homenaje al "Negro" Raúl Gómez, Artista Plástico de Rosario)


I

Cuando quise acordar estaba en Urquiza y Ovidio Lagos. No recuerdo de dónde venía o hacia donde voy. Eso no es algo singular, me gusta salir a caminar sin destino fijo.

Es probable que esté borracho porque he dicho esto último en voz alta. Pero no lo sé. También acostumbro a hablar en voz alta sobre todo frente a las calles vacías que apenas se repliegan en juego de luces y sombras como caprichosas sábanas para una ciudad sonámbula.

Es martes, de eso sí estoy seguro. Ni idea por qué pero me invade una certeza casi religiosa respecto de semejante tontería. Me suele suceder. Nada raro.

–Si vos lo decís…

No fueron las bocinas.

Alguna persiana indiscreta o paranoica torció las cejas unos segundos, es verdad, pero es muy poco probable que las persianas, aún las más paranoicas, puedan hablar. Y las bocinas… te pegan un grito, pero sin demasiado contenido, casi como si no pensaran lo que dicen. Pueden ser violentas, arrebatadas pero ¿irónicas? Mmmm, no. No lo creo.

–Y todo depende de lo que crees, ¿eh?

Ahora lo escuché mucho más claro y para mi asombro, no hay una sola persiana, ni bocina, ni siquiera una de esas sombras estiradas que suelen desflecarse de la noche para inmiscuirse en la vida de los demás.

En frente de mí tan solo hay una lata y un perro.

Los miro a ambos con la pierna dispuesta a dar una patada al primero que se mueva. Pero los dos yacen quietecitos y yo con la pata en el aire.

El perro me lanza una mirada de desprecio y se va, culo en alto, como si no representara amenaza alguna. La lata en cambio, apenas si da un medio giro sobre su eje. No es de extrañar supongo, después de todo ¿de qué otra manera podría encogerse de hombros una lata?

-Pensás demasiado pibe.

Y le di una patada nomás.

La voz sin dudas salía de la lata pues no solo tenía la boca abierta sino que lanzó un “ayyyyyyyy hijueeee puuuuuutaaaaaa” muy sospechoso.


II 


El gato salió de la lata forzando la física de la habilidad gatuna de manera verdaderamente sorprendente. Pero, estoy en Rosario, un martes, tal vez a las 4:30 de la mañana y muy probablemente borracho. Cualquiera de todos esos argumentos bastaría para que incluso lo sorprendente forme parte del escenario cotidiano.

– ¡Eyyyy! ¿A dónde vas?

Sigo caminando.

Todo bien, pero no me voy a poner a hablar con un gato a éstas horas, en éste lugar, hoy. Aunque debería hacerlo. Por fin, mi suegra tendría razón “éste sale a dar vueltas para pegar algún gato ¡y-no-de-cuatro-patas!” Podría filmar todo y decirle “mire, al final ni cuando tiene razón la tiene, acá estoy, hablando con un gato “de-cuatro-patas”

–Ahhhhh pero sos un boludo importante… me hiciste salir de la lata y ni siquiera después de mi magistral entrada me vas a preguntar…

– Bahhhh sos bastante pretencioso che. Además ¿qué podría preguntarle a un gato común y corriente?

– Bueh, soy un gato es verdad, pero también soy un genio.


III


El gato enlatado debe haberme visto como presa fácil pues más allá de mis burlas jugó la carta de “genio” y me contó largo y tendido como aburrido de los protocolos salomónicos había decidido hace quien sabe cuántos siglos atrás hacer su “entrada en escena” saliendo de cualquier elemento cotidiano y forzar su aparición induciendo de alguna manera al beneficiado eventual.

– ¿O sea que no siempre fuiste un gato? – le dije al fin.

–Nop. Ni gato ni lugareño. El tema es que cuando Salomón se enteró de mi heterodoxia me dejó atrapado como castigo en el último disfraz. Así pues, acá me ves, todo un genio atrapado en éste cuerpo atrapado a su vez en la mezquindad de un latón mediocre, usado, que muchos ni siquiera se dignan a darle una buena patada, generosa, abierta, empática. No te puedo explicar las veces que he terminado en un tacho de basura o peor, reciclado en medio de una repisa llena de chucherías infamantes.

–Ja, yo no soy gato, ni genio y sin embargo, conozco muy bien esa situación.

 

IV

 

Esta vez hablo bajito, bien para mis adentros. El gato comienza a caerme simpático pero si me escucha admitirlo…

–Lo mismo digo. Estamos a pasitos de Pichincha, ¿vamos por unos vinos y unos tangos?

–Son las cuatro, ¿o las cinco? Pero bueh, es martes. No hay nada abierto…

– ¡Bah! ¿No te dije que soy un genio?

– Ajá… eso todavía está por verse. Por ahora sos un gato agrandado y… ¿me vas a decir que vas a hacer que abra un bar a ésta hora y solo para nosotros?

–Nahhhh ¿qué sentido tendría que haga eso pibe? No es una cita.

– ¿Entonces?

–  Voy a hacer que todo Pichincha despierte para nosotros.

 

V

 

Lo sigo pero no estoy convencido ni ahí.

Es verdad que el cielo, el rostro aburrido de las casas, los “edificios bien” de esos que toman a la noche como los pliegues de su falda y en general, todo a nuestro paso comienza a difuminarse a la luz repentina de unos faroles no menos repentinos y es verdad que hasta me parece escuchar a lo lejos un griterío apagado y detrás una milonga pero…

–Llegamos.

De repente, frente a nosotros, hay un bodegón prototípico, de esos de paredes altas y ventanas pesadas, esquinado como esperando a una mina con las puertas abiertas de par en par y unas mesas redondas con sus sillas thonet.

Ja, o estoy loco, o acabo de ver todo un “mosaico” impecable, hasta con su trapo colgando del brazo.

El cartel dice “El viejo almacén”.

 

VI

 

– ¿Y bien? ¿Qué querés tomar?

–Ja… no sé. Creo que todavía estoy durmiendo. Esto no puede ser real. Mirá los colores y las formas de las cosas y de las personas, no solo todo apareció de repente sino que parece todo un decorado…

¡Mierda!

–Jajajaja, ¿qué te pasó ahora?

– ¿Acaso no lo ves…? Esa mujer parece pintada…

– Bahhhh, te habrá parecido.

– ¡Qué parecido ni parecido! ¡Si hasta se nota el trazo del pincel! ¡Y mirá allá! ¡Eseeeee tipoooo! ¿Me vas a decir que no parece estar hecho de tinta chinaaa?

 

VIII

 

–Ya te lo dije. Soy un genio. No debería extrañarte nada. O mejor, deberías aprender a disfrutar de todo esto que te extraña. No mucha gente puede llegar hasta acá, algunos lo sueñan, otros, al pasar por acá cerquita, fantasean o intuyen que hay algo más de lo que ven peeeerooo solo unos pocos pueden venir, ya no digamos “frecuentar” mi versión de Pichincha.

– ¿Tu versión? ¿La hiciste vos?

–Nuuuuu. Es mía porque pagué por ella. Pero yo no fui quien la hizo. Se la encargué a un negro que conocí una noche como ésta.

– ¿Y él hizo éste bar?

–El bar, las calles, aquellas mujeres, la botella que tenés en la mano… la música no, pero todo lo demás.

–Ja, sos un genio bastante berreta.

– ¡Ehhhhh! ¿y por qué el bardeo repentino?

–Todavía no me has concedido un solo deseo… y si sos un genio, aunque seas un genio gatuno o un gato genial, tendrías que concederme tres deseos.

–Bahhhh, ¡protocolos salomónicos!

– O sea que vos no podés conceder deseos… o te rebelaste contra eso porque no te gusta conceder deseos… me rectifico, no solo sos bastante berreta sino que muy amarrete o poco ducho.

– Ni una cosa ni la otra. Me encanta conceder deseos y soy un capo concediendo deseos.

– ¿Entonces? ¿Dónde están mis deseos? Porque te digo, estoy pasando una buena noche. Es verdad… y éste lugar es atrapante, perooo…

–Ya te dije que soy un genio heterodoxo. No concedo deseos a otros, uso a los otros para concederme deseos a mí mismo. ¡Y me encanta hacerlo!

–¡Ahhh pero sos flor de turrrrrooo!  

–Jjajaja, sip. Y eso también me encanta.

 

IX



– O sea que no me vas a conceder ni un solo deseo…

–mmm no sé. La noche es larga, tal vez, dentro de un rato desee concederte algún deseo.

 

X


–Dale, no seas turro y tacaño. Me gustaría tener guita, suerte… no te digo mucho, no soy ambicioso, pero, algo… aunque sea un par de millones, un deportivo…

–A ver, che. Vamos por partes. No soy ese tipo de genios.

–Seeeee, ya me dijiste que solo te concedés deseo a vos mismo.

–Bueh, eso, sí. Pero, si se me ocurriera concederte un deseo no es así como funciona. Yo no perdería jamás el tiempo satisfaciendo caprichos humanos. Es una pérdida de tiempo. Primero, nunca saben realmente qué quieren, segundo y en consecuencia, siempre piden las mismas pelotudeces y por lo mismo, siempre les sale mal. Soy bastante turro es verdad y me encanta, pero, no soy de piedra. Me amarga ver cómo ustedes se arruinan frente a la posibilidad de pedir que se le cumpla un deseo o tres o mil. Una vez le ofrecí mil deseos a un tipo. ¡Ni uno acertó!  ¿Te das una idea lo frustrante que es para uno que es un genio ver que ni la más increíble genialidad sirva para algo?

–Bueno, pero fuiste vos quien habló de conceder deseos.

–Sí. Y eso es lo que hago. Te concedo deseo, hago que el deseo brote y se apodere de vos…

–Fooooo… pero eso puede ser toooodaaaa una condena…

–Y sí… la vida suele serlo, aunque nunca tanto como vivir sin deseo o peor ansiando imbecilidades que ni siquiera te resultan interesante de verdad, como un par de millones…


XI


–Te quedaste pensativo ¿eh?

–Sí… la verdad no estoy tan seguro de querer que me concedas un deseo peeeroo, muero de ganas de que me cuentes cómo funciona la cosa.

–Ja, está bien. La curiosidad siempre es buen síntoma. Mirá. ¿Ves ese lugar de allá? Se llama “La Fonda del Gordo Alejandro”. Es de un tipo, muy muy personaje y que cuando nos cruzamos me pidió fortuna y demás y la posta, es que lo único que quería era un lugar para estar eternamente con sus amigos, hacerles de comer, chupar unos vinos y cagarse de risa. Y sin embargo cuando nos cruzamos me pidió la misma tontería que todos. Aunque era un tipo de excepción, cuando me vio reflejado en el reflejo de sus ojos, se arrepintió y cambió su deseo. Y me conmovió tanto que se lo terminé cumpliendo.

–Al final, sos un turro bastante rebuscado pero buena gente.

–Jajajaj ¿y quién te dijo que no se puede ser un poco jodido y buena gente?

Mirá el diario que está sobre la mesa de al lado, ¿no te parece raro?

–Mmmm… parece un diario común y corriente. A ver… dame un segundo que voy a buscarlo… se llama “Cachilo”.

–Sí. Pero eso no es todo. Abrilo y luego mirá la pared.

–Noooo. Jajaja ¿qué es estoooo? ¿Cómo pasó lo que estaba escrito a la pared?

 

X


Cada vez que el gato genio me cuenta sobre alguna historia, como si alguien cambiara subrepticiamente de escenario aparecen y se metamorfosean, cosas, casas, lugares, personas… desde la librería en la esquina de Prostitución y Rufianismo al niño eterno que reparte leche por la tarde, es equilibrista por las mañanas y dueño de la Boite Piluso durante las noches…


– ¿Otra vez te quedaste pensativo?

– Es que ahora no puedo dejar de pensar en el tipo que creó todo esto para vos…

–Uhhh, el Negro… ja, te va a encantar conocerlo.

–Me imagino. Éste lugar tan pronto onírico como cotidiano tiene una magia de entrecasa que es fascinante y tranquilizadora… podría perderme tranquilamente en esas escenas que cuelgan de las ventanas de aquellas casas, enredándome yo mismo como trazo de pincel en esa mujer desnuda… ¿cómo le pagaste por todo esto? Mejor dicho, ¿con qué?

– Como a todos… concediéndole un deseo… jajaja o varios. 

Un día estábamos acá, sentados como estamos con vos, aunque este lugar no era lo que es ahora sino apenas una ilusión de esas de las que nos servimos los genios para nuestros menesteres y el tipo me miraba con cierto recelo, no por desconfiado sino por curioso. No llegaba a figurarse en qué consistía mi magia… tal vez por estar demasiado  acostumbrado a la suya. 

Entonces le hice aparecer una bella mujer, muy sensual y predispuesta con la intención de empujarlo a desear saber más de ella pero como antes de que pudiera inducirle el deseo ya le ardían los ojitos, de puro turro nomás, le hice aparecer un sobretodo en el brazo y lo induje a querer saber todo sobre “ellos”.

– ¿Ellos?

–Sí, jajaja, la mujer y el sobretodo.

–Ahhhh pero sos más turro de lo que pensaba…

–Nuuu, che, fue una prueba. Es verdad, me divertí un poquito a costillas de su desesperación por dar con la historia de ellos pero al poco tiempo me apareció con un cuadro relatándome la historia.

–Fahhhh ¿y entonces?

–Bueh, luego subí la apuesta.

–Uyyyy pero qué jodido que sos. ¡Pobre tipo! ¿Qué deseo le diste?

–Te digo, fue bastante rebuscadito y en toda mi existencia no lo había hecho nunca…

– ¿Qué lo hiciste desear?

– Lo hice desear verse a sí-mismo a través de los ojos de todas y cada una de las ellas reales e imaginarias.


XI

 

– Y con esos “deseos” le fuiste “pagando” todo esto…

–Sí… aunque mucho de lo que existe en éste lugar me lo hizo gratis, al cabo de un tiempo, salía a dar vueltas solo para ver si me encontraba y pasaba las horas yirando de aquí para allá, hablando con buzones, doblando esquinas en las calles más rectas, disfrazándose de parquímetro, rebotando como reflejo ansioso, de una silueta a otra, zurciéndole las enaguas a la noche o bien levantándoselas, según exigiera el respeto a las buenas costumbres.

Y cada vez que me encontraba y no a un burdo sustituto o a algún otro genio retobado de ingenio dudoso, me hablaba “del proyecto” y de los amigos que quería incluir en el proyecto y de la gente que no conocía pero que se merecía entrar en el proyecto…

–Es una pena que no lo haya conocido.

–No lo creo.

– ¿Ehhh? ¿Por qué no creés que sea una pena que…?

–Nop. No creo que no lo hayas conocido.

–Si lo hubiera conocido, creeme, que lo recordaría.

–mmmm no estoy seguro. Es un tipo muy afable pero también muy escurridizo, le gusta mucho más mostrarle a los demás lo que son y pueden ser que mostrarse a sí-mismo siendo. Así que es probable que sí lo hayas conocido y lo hayas visto y que no lo recuerdes realmente.

–Te juro que aun así lo recordaría.

–De tanto construir éste lugar para mí en parte y en parte por su propia naturaleza curiosa, el tipo fue adquiriendo una capacidad de mímesis que si no fuera por haber nacido mortal y porque Salomón ya es un viejo carcamán bien podría ser instructor en el arte de brillar por ausencia y estar presente ahí donde nadie lo ve. No es un arte fácil de aprender.

Al principio se contentaba al estar en cientos de lugares al mismo tiempo y adoptar barbas, frentes anchas, voces de todo tipo de color y tono, y aparecer como portero o albañil o comprador compulsivo o corredor de carreras, pero luego se transformó en huellas de huellas y bien podía ser el mapa del tesoro que se dibuja tras apoyar un pie en el barro o el jeroglífico fugaz, como unos ojos perrunos compasivos, que crees intuir por un instante al ver una mancha en una pared o en el techo.

 

XII

 

No quiero abrir los ojos. Sé que ahora estoy despierto, en mi cama, en mi casa y no quiero abrir los ojos y dejar que el sueño desaparezca por completo, quisiera conservar siquiera algo de esa magia de entrecasa.

Pero vuelve a sonar el despertador y los abro.

Y allí estaba él. 


Foto: un negro en el cielo rasso. Daniel Adrián Leone.


lunes, 11 de noviembre de 2019

Ser (Relato)


Narrativa 
Daniel Adrián Leone

Ser.


Imagen de Axonite-Pixabay


El recuerdo que me nubla no es éste cigarrillo ni la densa espiral de humo apalabrado que escala peldaño a peldaño, el aire y mis ansias. Al menos, no debería serlo.
En mis ojos caben demasiadas cosas: cientos de universos pequeñitos y algunos versos extrábicos que como gotas amenazan con abrirse paso...
Debe tratarse de otra cosa.
Tal vez sea un fragmento de  historia de alguno de esos "yoes" que ya he vivido lo suficiente como para reconocerlos pasado pero no lo suficiente como para entregarlos a la burocracia de mis relatos o dejarlos caer en una pila informe de ropa vieja.
El cigarrillo se extingue lento, acortando el camino entre su fuego y mis dedos pero, sobre todo, negándose a darme una pista válida o alguna escusa útil.
A pesar de la distancia -y de lo insalvable de la distancia- los autos recorren la calle afectando la misma indiferencia y cayendo en unos baches equidistantes y equiparables a mis pensamientos.
Me miraría en el espejo -a pesar de lo perfectamente incapaz que se revelan los espejos en éstas situaciones- de tener alguno y en particular, si tuviera, al menos, alguna intuición sobre a qué espejo acudir.
De chico me gustaba ir a dar caza a todo espejo salvaje... sin perder tiempo me lanzaba de cabeza, como un reflejo más, de una mirada a otra, de una esquina a unas sombras, desde las sombras al relieve de alguna figura a medio parir (descartando con todo respeto a los figurones circunspectos y sus barbillas cuadradas) para dar caza sí, y también casa, hogar, pues, siempre he preferido darles hospedaje a mantenerlos en cautiverio.
El recuerdo que me nubla se disipa unos instantes y luego acomete condensándose tan caprichosamente como las letras ensalivadas de los sueños.
Por momentos, cobra un relieve reconocible tal como si quisiera figurarse y encarnar pero algo lo privara aún de textura, de contexto.
Me levanto y paro el oído y el ojo mientras las pestañas se erizan risueñas...

Protesto airado.

Y se ríen, todos ellos y mis venas, mis otros recuerdos y las bocinas de los autos y las ventanas y acaso también mis yoes herrumbrados conspirando junto a mis yoes a medio decir y mis yoes inconfesables.


Vuelvo a protestar pero ésta vez no hay un solo sonido, como si no hubiera autos en la calle, ni bocinas en los autos, ni palabras en mi boca, ni risas en mis yoes, ni yoes en mí mismo...

Hasta que al fin, lo comprendo.
No es un recuerdo esa huella abriéndose paso entre el humo y mis desvaríos.

Es tan solo una lágrima, solidaria y obstinada, que insiste en ser el último bastión de una despedida, resistiéndose a entregar el mando
desde lo que fui
hasta lo que he de ser.

martes, 5 de noviembre de 2019

Reflexión: Sobre la palabra


Narrativa
Reflexión


Sobre la palabra

(Primera parte)




Introducción. 

¿Qué es la palabra? ¿Un signo, un símbolo? ¿Un resto de imagen auditiva?

Básicamente deberíamos decir que una palabra es el resultado de alguna articulación determinada en el conjunto de relaciones posibles entre ciertas imágenes auditivas y cierto collage de imágenes visuales, olfativas, táctiles y gustativas.

Es el “conjunto de relaciones posibles” básicamente porque la palabra no entraña una relación prefijada, de hecho, se podría pensar la palabra como un “esfuerzo de relacionar” tales imágenes, procurándoles un soporte en el asidero que provee el lenguaje.

En esta línea de pensamiento podríamos postular a a palabra como el esfuerzo de dar expresión a algo de aquello registrado por los sentidos. No a cualquier cosa, sino a aquello que por algún motivo se ha registrado de forma intensa, sea por tratarse de una vivencia especial o bien, por estar entrar en relación con algo registrado previamente como una vivencia especial. Es decir, la palabra si es signo, es signo del esfuerzo psíquico de dar expresión a aquello que posee una investidura afectiva.

De hecho, no es lo único que podemos decir de la palabra, pero, veremos que en esta primera conceptualización -si bien fragmentaria y solo aproximada- podemos captar algunas de sus caraterísticas básicas entre las que destacaremos sin duda alguna la función de “dar soporte a alguna expresión afectiva”.

¿Pero qué es “dar soporte”? ¿Cómo se le “da soporte” a una expresión afectiva? ¿Por qué privilegiar tal función respecto de cualquier otra?

Básicamente, privilegiamos esta función pues es la función que podemos atribuirle de forma unívoca. La palabra no nace sino como un esfuerzo de “literalizar” algo de lo percibido, literalizar en ambos sentidos predominante de tal acepción: fijar y formalizar lo percibido, interna y externamente. Fijar y formalizar alguna relación entre algo de lo percibido interna y externamente.

Relato: Un Negro en el Cielo Raso (En Memoria del "Negro" Raúl Gómez)

  Un Negro en el Cielorraso.  (En homenaje al "Negro" Raúl Gómez, Artista Plástico de Rosario ) I Cuando quise acordar estab...